lunes, 8 de marzo de 2010

MESALINA


Blancas columnas de mármol se erguían, infinitas, en la grandiosidad de aquélla sala falsamente revestida de pureza. Mesalina, recostada en su soberbia, rodeada de algodones, plumas y vino, observaba el deleite de las doscientas almas que allí se recreaban en el exceso. La melodía de las liras inundaba la sala y embriagaba los oídos de aquellos que sucumbían al abismo de la carne. Era el templo del placer y Mesalina, aquélla noche, la soberana.

El amanecer ahogó los resquicios de la inconsciencia, tan sólo una alma permanecía inquieta, turbando así el sueño de la emperatriz, que no tardó en reconocer aquellos ojos que la miraban.

-¿Qué te ocurre Junio? Tu mirada me inquieta.
-Nada, Mesalina.
-¡Contéstame necio! Nada que provenga de ti me enojaría salvo tu silencio.
-Mi señora, me recreaba en la visión de tu cuerpo, tan hermoso que solo revivirlo en el pensar basta para enardecer mi alma.
-Mientes, nadie se arroja a la pasión con una expresión como la que blandías cuando desperté. Te lo advierto, Junio, una mentira más y enterraré mi afecto hacia ti.
-Mesalina, te lo ruego, perdona mi falta, solo pensaba...
-¿Tan dura era tu reflexión que temes contármela?
-Te confieso... que al despertar te encontré rodeada de cuerpos, dormías con una tranquilidad que jamás encontré en otro ser humano, la blancura de tu piel era el apacible rumor de un arrollo perdido en la frondosidad del bosque. Tú, Mesalina, esta mañana me has regalado el más bucólico de mis amaneceres.
-Habla Junio¿qué ensombreció tu idilio?
-Mi señora, mi placer se quebró cuando el recuerdo de deleites carnales que anoche protagonizamos asaltó mi conciencia. Siento la angustia de la incontinencia de las pasiones.
-Junio, jamás vi error en nuestros actos, no aflijas a tu mente con semejantes reflexiones.
-Mesalina, el tormento me arropa y tú, sin embargo, eres ajena a este, mi dolor. Vives en la felicidad de tus actos, no sufres ante las injurias de aquellos que loba en lugar de Mesalina te nombran; ¡ramera, ramera! dicen sus labios y tú, te mofas de ellos encumbrando y añorando el estatus que te atribuyen, retando a todas las fulanas del imperio y recibiendo de ellas elogios y envidias. Inmortal placer de tu cuerpo, perpetuo sosiego de tu alma. Dime cómo callas las injurias de tu pueblo, dime como olvidas su odio y desprecio.
-Recuerda, Junio, en qué mundo vives, cuántos insignes hombres han amado indiscriminadamente a tantas muchachas como su ardor exigía, ¿y qué recibieron? Elogios o inocuos comentarios, mientras que nosotras, las mujeres, por el mismo comportamiento somos juzgadas de rameras, lujuriosas y depravadas, mi sexo ha sido el blanco del odio de los hombres. Pureza virginal, entrega matrimonial... estos han de ser los atributos de la mujer que ha quedado postrada a la falsa virtud, más propia de vestales que de mujeres libres, yo, en cambio, encuentro mi virtud en otro lugar, de otras fuentes emana mi felicidad.
-Yo siempre pensé, Mesalina, que el camino del sabio pasaba por la renuncia a lo
volátil y la vana felicidad de las pasiones, en pos de la eterna felicidad derivada del buen obrar.
-Tal vez pero, dime ¿qué puede haber de malo en nuestros besos, Junio?
-Te admiro, te deseo, ¡oh emperatriz mía! ¿cómo he de obrar? Dime tu que has acallado las voces del mundo y sólo atiendes a las leyes de tu fuero interno.
-Atiende a mis palabras, Junio, para la vida virtuosa, primero es necesario buscar en uno mismo, conocer lo que se es, en el interior de nuestra naturaleza existen verdades que claman por ser reconocidas, búscalas y forja lo que serás a partir de lo que eres. Cada cual a su virtud en virtud de cada cual, que ésta sea tu máxima. No ha de reconocer más ley tu razón salvo aquellas que la naturaleza en su infinita sabiduría puso en ti.

Tras escuchar a Mesalina, Junio quedó en silencio, venerando secretamente cada una de sus palabras. La amaba. Poco a poco se fue perdiendo en el vibrar de su voz, contemplando aquellos labios que no podrían ser de otra salvo de ella, dueña de sí misma y sacerdotisa de su propio credo, firme defensora de su pensamiento aunque éste no oscilara entre los parámetros de lo socialmente aceptado, segura ante la vida, estoica podría decirse, fuerte e inquebrantable, ante todo, mujer.